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El Canoero del Caicara

Un llanero completo.

Lo conocí desde muy pequeño siempre que acompañaba a papá a trabajos de llano y cuando asistía a diferentes sitios a tomarse algunas cervezas u otra bebida de esa que llaman espirituosas.

En su momento me llamó la atención por su forma de hablar y expresarse.

Con el tiempo y a medida que fui creciendo compartí con él en distintas reuniones donde disfruté su manera de contar cuentos, chistes, de tocar el cuatro y entonar cantos.

Desde esa época admiré su habilidad para aglutinar gente alrededor para escucharlo.

Tenía un don, si que lo tenía. Nunca lo vi molesto o de mal humor, razón por la que siempre tenía compañía.


Contar su historia siempre estuvo en nuestro interés, pero quién mejor para asumir las memorias de Don Miguel Ángel Ruiz que sus hijas y familia que lo conocieron al detalle.


He aquí la historia de esta noble persona.


Don Miguel Ángel Ruiz, (05 de Julio de 1930 / 23 de diciembre de 2006); nació en la comunidad de La Chivera, Mantecal estado Apure; hijo de Pedro Franco y Gerónima Ruiz, quienes llegaron a La Chivera en el año 1928, oriundos de asentamientos del Río Capanaparo, muy cerca del poblado llamado San Ramon, en aquella época, perteneciente al Distrito Muñoz. (Cabe destacar, que hoy día, estas tierras, administrativamente, pertenecen al Municipio Rómulo Gallegos, creado como municipio el 15 de noviembre de 1964).


Miguel Ruiz, fue el segundo hijo, de un hogar de nueve hermanos, siendo sus hermanos: Seberiana, Maria Leonarda, Sofia, Carlos, Juana, Maria de Los Santos, Flora y Pedro.



Siendo muy joven, tuvo una vida conyugal con Benigna Monagas, y de esta unión nació un hijo. Posteriormente compartió vida con Bertha Higuera, con quien tuvo seis hijos, nacidos en Mantecal, criados en San Fernando de Apure y la mayoría de ellos, radicados en Maracay, estado Aragua; sus últimos cuarenta y cinco años de vida, los compartió con Rosa Burgos, con quien tuvo 10 hijos.

Miguel Ruiz, fue llanero, no solamente por haber nacido en el llano, sino porque conocía las faenas inherentes a los centros de trabajos de esta región, tales como fundos y hatos; contaba que no había escuela en la época en la que nació, y los niños de hogares humildes, como fue su caso, en vez de estudiar, ya tenían tareas asignadas, normalmente, en los fundos donde trabajaban sus padres.

Desde muy pequeño se desempeñó en el Hato El Varguero como Chofotero (Ayudante de las señoras encargadas de la cocina) y en la medida que fue creciendo, fue desempeñando otras actividades como becerrero,ordeñador, peón de hato y hasta amansador de bestias.



En este hato, trabajó no menos de 20 años; posteriormente trabajó en Las Palmeras,11 años, haciendo las mismas faenas. Fueron labores, en la que además de lidiar con ganadería, le dieron la oportunidad de conocer a muchas personas, las cuales estimaba y nunca dejó de mencionar; también aprendió a conocer el llano, su clima, vegetación, geografía, cada pedazo de sabana y cada camino de aquella época, en que las vías las marcaban los cascos de los caballos, el andar del ganado y los cauces de los ríos.


En el año 1973, cuando se fundó en Mantecal, la sede del llamado, para aquel momento, Ministerio de Obras Públicas, conocido popularmente como el Hato Modelo, se incorporó colaborando como baqueano en el proyecto de los Módulos de Mantecal.

Trabajando con el equipo del Doctor Ramon Gil Beroes, Ingeniero Santiago Fariña, Ingeniero Ronni Tejo y otros profesionales que aportaron productividad y desarrollo al pueblo.


Contaba Miguel, que cuando ingresó a trabajar en el Hato Modelo, no sabía leer ni escribir, por lo tanto, no podía llenar la planilla de ingreso. Intentaron ayudarlo, y cuando le preguntaron su estado civil, las opciones que tenía eran: soltero, casado, divorciado o viudo.

Él no estaba en ninguna de estas opciones. Miguel razonó así: “Soltero no soy, yo vivo con Rosa y no se ha muerto, por lo tanto, viudo tampoco. Casado no soy, porque nunca hemos ido a la prefectura a firmar ningún papel, divorciado menos”, y le pregunta a quien lo ayuda: “Hija ¿no tendrás la opción que diga que lo que estoy es encuerao?”. Seguidamente, le preguntaron el nombre de los hijos, a lo que responde: esos nombres se los sabe es Rosa. Yo los llamo por Ponono, Fello, King, Pisingo, Maye, Nino… todos sus hijos tenían apodo.

No estaba Miguel acostumbrado a estructuras cerradas de vida, donde las cosas tuvieran necesariamente un nombre o una forma. Miguel conocía una época y una vida desenvuelta en libertades, donde se atendía más a las circunstancias que a las expectativas.


Posteriormente, a través del Programa Acude, asistido por Edith Nieves, hija mayor de Alberto Nieves (Beto) y Pastora Brizuela, aprendió a leer y supo escribir, al menos su nombre.


Entre tanto llano, suficientes sabanas y caminos y tantas personas que lo rodearon desde pequeño, fue fomentando un carácter y alcanzó a comprender de los hombres, las dichas y desdichas; tristezas y alegrías; altos y bajos, y quizás gracias a esto, tuvo el arte y la humildad, entre bromas y cuentos, de hacer reír al más triste; de poner iracundo al más alegre, y de unir, en una sola mesa, en una misma reunión, daba igual que en un velorio, o en una fiesta, mediante su buen sentido del humor, a las más diversas personas: desde el más pobre al más rico; desde el académico hasta el iletrado, desde el Adeco hasta el Copeyano; nadie se lo dijo, pero entendía, que la risa era una cualidad esencial de todo ser humano y que muy pocos renuncian a ella.


Contaba de manera anecdótica, que cuando lo fueron a confirmar en la religión católica, no había ningún hombre que tuviera más edad de la que él tenía, para que fuese su padrino, y por ende, su padrino de confirmación, era un tanto menor que él.

En temas de Fe, creía de manera respetuosa y reservada en Dios Padre como creador del Universo; cada 29 de septiembre, desde que Mantecal tuvo iglesia católica y contó con la imagen de San Miguel Arcángel, participaba en las procesiones, aunque cada año comprendía menos, según sus palabras, el ¿“Por qué San Miguel tenía cara de Marisco”?

Cuando le tocaba repetir el Credo, no se creía el cuento de que la virgen María hubiese sido fecundada por el Espíritu Santo, y cuando conocía de las desgracias humanas, caía en rebeldía y decía que no le iba a rogar al tal Jesucristo, que, si ese era el Hijo de Dios, ¿Por qué se dejó dar tanto palo? Y así, de esta manera, Miguel Ruiz, entendía esos temas religiosos. Sin embargo, era creyente de tejer y poner el Cordón de San Francisco a los difuntos, haciendo los siete nudos, que alcanzaran desde la punta del dedo gordo del pie, hasta la cintura del fallecido, y en cada nudo, decía una oración. Por otro lado, curaba las parótidas, teniendo como instrumentos la Fe que profesaba a la naturaleza, una cuchara de totumo, sal, aceite de comer, una oración y una cruz.


Tuvo incomparable apego a esta tierra llanera; a tal punto la conocía y observaba, que intentaba pronosticar las entradas y bajadas de aguas, teniendo como herramienta meteorológica el oído: Escuchaba el primer trueno del año, el cual tenía trayectoria de Este a Oeste, contaba cuarenta días, y ese día ya esperaba la primera lluvia del año y eran las entradas de agua; y en las bajadas de aguas, de acuerdo con su pronóstico, ese mismo trueno, pasaba de Oeste a Este. Ese trueno, lo definía como “Las Morochas”. También recogía las cabañuelas, los primeros 5 días del año.

Miguel Ruiz, fue músico y compositor.


El cuatro lo aprendió a tocar con oído y constancia; nunca tuvo instrucción formal para ello. Compuso letras dedicadas al amor, al llano y a las faenas llaneras. Fue gran admirador de la música instrumental de Juan Vicente Torrealba y las interpretaciones de Mario Suarez.

Compuso una letra interpretada por Cristóbal Jiménez, llamada Leyendas Llaneras, honrando la heroica faena de los músicos y llaneros y haciendo de estas personas, según su composición un “Sagrado Recuerdo”. En sus últimos años de vida, fue más visto como hombre de música y no como hombre de llano.

Recordaba y narraba, con mucha plenitud, las bromas que le hacia a Felicio Vera; las jugarretas que le hacía al Doctor Vargas Rivas; los chistes que compartía con Manuel Velázquez (Velazquito) y pocas veces le faltó chispa y vocabulario, para narrar, de su propia autoría, cualquier historia, cuyo único propósito era el de hacer reír a quien lo escuchaba.


Contaba que la primera vez que fue a San Fernando de Apure a sacar cédula, era un evento muy solemne, para lo cual se puso su mejor sombrero (Super Borsalino 5X presidente, de la casa Alesandra de Italia) y el mejor liqui liqui blanco, de lino.

El único medio de transporte disponible era una muy pequeña camioneta, donde todos iban amontonados, sin posibilidad de irse parados sino agachados. Llegando a El Samán, tuvo la suerte de sentarse.

No existía carretera sino terraplén, y con ese trayecto, la pequeña camioneta, ya estaba llena de tierra, el calor inaguantable y las ventanas debían ir abiertas.

Según sus propias palabras, “En Apurito, se embarcó una viejita y se sentó detrás de él, y el único diente que tenía esta viejita, parecía un clavito dulce.

Desde que esa viejita se sentó, sacó un mango pintón de una bolsa, y le dio tanto coñazo con el espaldar del asiento donde él iba sentado, que la pepa del mango bailaba dentro de la concha. Y le ha clavado el dientico: salió un arcoíris de mango que me bañó desde el sombrero hasta la rodilla; a los cinco minutos, la viejita sacó un paquete de galleta de soda, también le dio coñazo y lo estripó con las dos rodillitas, y cuando le clavó el dientico, esas boronas de galletas, se regaron dentro de esa camioneta, y me completó la línea de mango que tenía en el liqui liqui. Cuando llegamos a Achaguas, hubo una parada, y la viejita me dijo que si podía comprarle una malta. Le dije que no”. una hija de Miguel le pregunta, conmovida, porque no se la compró, y Miguel le respondió: “Hija también la iba a batir, y cuando le clavara el dientico a la tapa para destaparla, me iba a tocar toda la malta a mí”.


El concepto de amistad de Miguel Ruiz era muy amplio: Quien no le hiciera daño, ya podía llamarlo amigo. Sin embargo, en su memoria y corazón guardaba los más gratos recuerdos de aquellas personas que lo acompañaron en esos extremos de vida, en donde el hombre debe superar una gran dificultad o saber vivir una enorme alegría.

Mencionaba, con ojos alegres y sonrisa en sus labios, a sus compañeros de lazo y soga, como lo eran Jesús España y Camilo Salazar; narraba con gran entusiasmo, las faenas compartidas con ellos en el Hato Buenos Aires, de Pedro Aguilera; parada de ganado en el Hato Ferrereño, en su época, ya eran dueños, Rafael Ferrer y Gustavo Ferrer.

No dejaba de mencionar las cruzadas por Jesusito, de Don Diego Lavado y Jesús Lavado; contaba historias fascinantes del Hato Mata de Totumo, cuando los dueños eran Alfredo Hernandez y Hernán Hernandez, sin dejar de mencionar, cuando estas tierras eran de Juan Bruno Espinoza.

Y narraba cuando llevaban ganado a pié, desde Las Palmeras (Compañía Inglesa) hasta el Hato El Charcote, estado Cojedes, también fundación de la Compañía Inglesa.

Las anécdotas con Rosendo Vargas, en su travesía por el Hato el Varguero, eran recordadas con el mismo Rosendo, cualquier tarde de dominó, en la casa de Miguel. Rosendo Vargas y Miguel Ruiz, se llamaban cariñosamente, “cuerpo negro”.

También esperaba, cada año, normalmente en enero, para las fiestas patronales de Mantecal, a Martin Andrea, con quien recordaba, en primera persona, parte de esas faenas llanera.


Sus días de tristeza y alegrías en la música y el canto, estuvieron vinculados, en primer lugar, a Cándido Orozco, quien fue su compadre querido, y su recuerdo estaba envuelto en esa profunda melancolía jamás superada: contaba con voz quebrada, que aquella tragedia de haber perdido a su gran Compadre, hecho ocurrido un 18 de enero de 1976, en un accidente de tránsito, en el tramo entre El Tuyuyo y Mantecal.


También narraba invaluables recuerdos de momentos con Ramón Gaona, quien lo visitaba, al menos cada dos años, con quien componía música y letra de canciones venezolanas; no tuvieron las herramientas necesarias para haber guardado estas composiciones, pero existe la seguridad, que éstos grandes amigos, fueron plenos, haciendo lo que les gustaba: Música.


Siendo padre de una numerosa familia, y de origen muy humilde, Miguel tuvo grandes dificultades en la crianza de sus hijos. Y recordaba siempre, con sincero agradecimiento, a Hilda de Medina, quien era la dueña de Farmacia la Fe.

Doña Hilda, a quien se refería con mucho respeto, le fiaba la medicina, y por si fuera poco, cuando había que sacar a un niño enfermo, fuera para Achaguas o San Fernando de Apure, le fiaba el viaje, y solamente le decía, a Alfonso León, quien le manejaba el carro, que llevara a Miguel a donde necesitara. Indudablemente, la consideraba su amiga.


Ante hechos difíciles como éstos, decía Miguel Ruiz, que “la vida era un Río de Mierda, y al pobre le tocaba cruzarlo a nado.”

En las memorias de su vida alegre, no dejaba de hablar de grandes amistades como la de José Delgado, Alias Pajarote, quien también fue su compadre; José Teodoro Ojeda, hijo de Juan Ojeda, quien fuera su padrino de Bautizo con Candelaria Cuenca. Recordaba como ejemplo de prudencia y de lealtad a Juan Colmenares (Juan Tatuco) y era un acto de solemnidad en la casa de Miguel, ofreciendo humildemente lo que poseía: Educación, una silla y un trago de café, para personas de honorabilidad y respeto, tales como Don Pedro Colina, Don Cristóbal Jiménez, padre y Don Andrés Perez. Y jamás dejar de ir a saludar a Don Modesto y Doña Zoila, cuando venían del Aciclero a visitar a Máximo Rojas, vecino de la casa de Miguel.


Miguel Ruiz fue un hombre con gran amor a su tierra, a su familia, y la dicha de tener muchos verdaderos amigos, a tal punto, que, en sus últimos días, decía con tristeza, que los extrañaba.

No tuvo posesiones materiales, su vida fue un cúmulo de vivencias, algunas amables, otras hostiles, de esas que envuelven a cualquier hombre, y que cada uno decide cómo las vive y cómo las cuenta: Miguel las vivía con autenticidad, sin disimulo y las contaba con plenitud y orgullo. Intentó enseñar a su familia, a través del ejemplo, que, para estar contentos, era suficiente la abundancia en el corazón y no en el bolsillo; que, en los momentos más duros de una pena, uno se podía tropezar con la fuerte lealtad de una amistad; que de la prosperidad o carencia material propia, debían comentar los demás y nunca decirlo uno mismo.


Quien lea éstas modestas líneas, y haya conocido a Miguel Ruiz, seguramente le agregaría muchas más, sin embargo, y con el permiso de todos los llaneros, quien esta línea escribe, considera que Miguel representaba fielmente a esa “raza buena, que ama, sufre y espera” como la define Rómulo Gallegos, en las líneas finales de Doña Bárbara; y también, un ejemplo, de la canción de Eneas Perdomo, que “Llanero muere cantando, aunque esté penando el alma”.


Murió en la ciudad de Turmero estado Aragua, el 23 de diciembre de 2006; amó a su familia, extrañó a sus amigos, contó chistes y sonrió hasta el último minuto.


Esta historia fue elaborada en su totalidad por sus hijas Caridad, Licelys, Maye y doña Rosa a ellos nuestro agradecimiento.

Saludos a toda la familia Ruiz Burgos.


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2 Comments


Delfina Ruíz
Delfina Ruíz
Jun 17, 2021

Hermosa Biografía, al leer cada línea pasaba por mi mente una película y con ella los capítulos de esta historia, que reflejan vivencias, anécdotas, tristezas y alegrías transmitidos por una sola persona mi padre Miguel Ángel Ruiz... Siempre estarás en nuestras memorias y eternamente en nuestros corazones...

Delfina Ruiz

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licelysr
Jun 16, 2021

Así Fue mi papá! No dudo que cada relato escrito y cada anecdota contada, fuese salido de su propia boca. Gracias, infinitas gracias al Canoero de Caicara por orillarce en nuestra barranca del caño, entrar a nuestra familia y compartir con todos nuestros amigos,paisanos y familias, ésta honorable historia. Se les quiere y recuerda mucho ❤️

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