Sin lugar a dudas que el olor a café llama la atención.
No importa la hora en que se perciba el olor, este inspira, hace soñar, suspirar, invita a hacer un viaje por todos esos pensamientos que iluminan nuestro pasado, presente y futuro. Es un regalo de los dioses al fin de cuentas.
Recuerdos en casa de mi abuelo en Mantecal, mi edad cerca de los 10 años, de pantalones cortos o tucos (como se le decía en esa época); los niños usábamos tucos porque los pantalones largos eran de uso exclusivo de los jóvenes ya alcanzados los 18 años; acotaría que debía pedirle la bendición a mi hermano mayor a la hora de irnos a dormir y al levantarnos en la mañana: costumbre, tradición, deber.
Bien, en casa de mi abuelo se cultivaba el café en el patio grande. Habían distintos tipos de cultivo entre ellos: topochos, cambures, plátanos y yuca. Se criaban algunos animales: cochinos, gallinas entre otros. Por ese patio ingresaban las bestias que mi abuelo, mi tío y papa ensillaban para trabajar el llano.
En ese patio se secaba el café y en ocasiones me tocaba tostarlo, en un caldero tan grande que yo cabía en el. Después de tostarlo con guayabita y clavitos de olor me tocaba molerlo y ese aroma a café llanero no se aparta de mis sentidos desde entonces. Cada vez que puedo olerlo me lleva el recuerdo a mi época de niño en Mantecal.
Los que tuvimos la fortuna de tomar café llanero o el guarapo como comúnmente lo llamaban recién tostado y colado sabemos lo que significa esta ceremonia.
Mi abuela cuando lo ofrecía decía “quieren un guarapito” con el único aditivo del amor de hogar, de hecho en casa, con las únicas esencias de la guayabita, clavitos y azúcar, por cierto, en ocasiones papelón para endulzar, coincidirán conmigo en afirmar que es el aroma más natural del café que existe.
En la actualidad, después de tantos años, encontrándome en Mantecal tomo una taza de café y miro la sabana y la vista se me pierde en el horizonte. Un café en la mañana, al mediodía o la tarde invita a reflexionar, fantasear, rememorar, mientras se ven las aves volar, los pájaros cantar, los animales hacer sus respectivos sonidos indicando su presencia en el llano. Esto solo puede ser posible en estas tierras. Mantecal lo permite inclusive en sus calles porque sus costumbres y forma de vida invita a todas estas posibilidades.
Uno se levanta y sale caminar el pueblo en horas tempraneras y puede ver a sus habitantes en las esquinas tomándose su guarapito o café negro cerrero, grata costumbre del café.
Tomarse un guarapito, un café es un acto de conciencia pura cuando lo hacemos solo; cuando lo hacemos acompañado es la expresión sublime de lo grato de compartir tiempo y espacio con esa persona que nos invita a la tranquilidad, serenidad y paz.
El tomarse un café siempre ha sido y será una expresión de apertura y de conciencia plena.
Claro que en todas las regiones del país se consume el café, pero no en todas las regiones se puede tomar un café acompañado de olor a bosta de ganado, de cantos de pajaritos, de una vista que se pierde en el infinito donde el fin de la tierra se funde con el cielo porque no hay obstáculos que la interrumpan o un café con leche, pero leche de vaca recién ordeñada. Todavía se visitan fundos donde se ven estas costumbres y tradiciones del campo llanero.
Por favor “un guarapito”.
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