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El Canoero del Caicara

He sido feliz

Muchas veces he sentido el deseo de hablar sobre la felicidad, he leído muchos artículos, frases, sentencias, conferencias, expresiones de todo tipo que hacen referencia al significado de la felicidad.


Todas esas lecturas y variopintas expresiones las comparto, y cada una de ellas en su contexto siento que tienen su argumento.

Definitivamente cada quien se define para sí el ser feliz.

No me había dispuesto hacerlo porque sé lo difícil que es escribir sobre este tema, más cuando hay tantos personajes que han expresado su opinión sobre el particular; seguramente de una manera bien documentada y en respuesta a una rigurosa investigación de lo que es la felicidad.


También doy por cierto, esos comentarios sobre la felicidad que han sido refutados por otros, que sin haber realizado estudios sobre el tema, dirán que la felicidad para ellos es simplemente estar vivo, amanecer cada día, poder hablar, oír, ver, y eso es tan válido como aquel que diga que para él la felicidad es obtener su título de grado o comprarse una casa. O el que asegura que su felicidad fue cuando se compró un yate, pero fue mucho más feliz cuando lo vendió.


También entiendo que la felicidad para cada uno de nosotros tiene un valor diferente y opino, que ese valor variará en algunas circunstancias, de acuerdo a tu nivel de vida, más específicamente a tu nivel económico, tu nivel académico, tu formación profesional y tu formación de hogar entre otras opciones que podamos considerar.

Hay muchas variables que se pueden considerar para que cada quien en un momento determinado diga: Soy Feliz.

Entonces, también se puede decir que la felicidad es puntual, que no todo el día se está feliz, que no toda la semana, el mes, el año, que en nuestras vidas siempre se está feliz.


La felicidad es temporal, no es eterna, es ocasional, momentánea.


Hay quienes han publicado escritos que tratan de explicar cómo encontrar la felicidad a través de herramientas; otros que suministran claves para encontrarla, como si estuviera escondida esperando ser descubierta. Existen muchas recomendaciones enfocadas en las vías o formas de ser felices , inclusive, hay autores que hablan de aprender a ser feliz; es decir: se puede aprender a ser feliz. Que bien.


Sin recurrir a métodos, consejos, herramientas o cualquier otra actividad que predique una forma de ser feliz, siento que en todas mis acciones he sido feliz y lo quiero expresar. De aquí mi deseo de escribir sobre la felicidad.


No importa el momento, la condición, el contexto, he sido feliz la mayor parte de mi vida.


Me he puesto a reflexionar sobre el tema y seguramente la definición de felicidad para mi gozo es muy sencilla.

Si la felicidad tuviera una forma de medirla, mi nivel de estado de felicidad estuviera en los niveles altos.

 

¿Cómo explicar y hacer ver lo sencillo de la felicidad según mis vivencias?


Me crié en un pueblo pequeño donde aprendí muchas cosas que forjaron mi carácter. Mi entorno estuvo rodeado de ejemplos que moldearon mi forma de ser. Desde temprana edad aprendí a apreciar la humildad y el sentimiento humano, modelos para la vida.

La actitud hacia las pequeñas cosas de la vida es fundamental para alcanzar la felicidad.

Todas esas vivencias sencillas pero humanas me han hecho reflexionar lo vivido y la emoción que me embarga con solo recordarlas.


Como olvidar el compartir en su momento con personas recias de carácter, pero justas en su accionar y actuar; hombres y mujeres de respeto y palabra.


Cómo no recordar a mis abuelos vestidos diariamente de liquiliqui blanco de lino, algo difícil de ver hoy en día; en la actualidad esa vivencia me hace sentir alegría y paz de haberla vivido.


Mantecal, mi pueblo, mi tierra, mi espacio.

Aprendí a nadar en el caño Caicara, a jugar caimán (la ere, pero en el agua profunda) en el mismo Caicara, a competir quien salía más lejos debajo del agua lanzándonos del puente y saliendo por el aceite que estaba detrás de la casa de Juana Aguilera.


Disfruté y participé activamente en todas las faenas del llano, arreando ganado chiflero en ocasiones, cruzando ríos a nado pegado al caballo, ayudando a descuartizar una res.


Jugué metras hasta el cansancio, policía y ladrón, zaranda, trompo, gurrufio, perinola en competencias, palo encebado, cochino encebado, papelón con monedas incrustadas.


Algunos amigos de papá me llamaban el caballicero pues yo era quien en la madrugada buscaba los caballos para salir a la faena del llano. En particular a quien siempre recordaré es al promotor de mi apodo, me refiero al hombre de paz y de buenos consejos Don Miguel Altahona, que en paz descanse.


Montaba a caballo casi todos los días del año, mi papá me iba a buscar al colegio con un caballo para que lo acompañara y los profesores por mi récord de estudios lo permitían y no ponían objeciones.


Algo que recuerdo muy bien entre otros era la maceteada de güires; la hacíamos normalmente en diciembre en una laguna del manguito, asistíamos varios por la madrugada y tumbábamos hasta 100 güires, logramos llenar sacos de pato güire, los cuales repartimos entre los que asistimos al evento.


Búsqueda de cachicamos para comerlos asados, se encontraban normalmente frente a las tierras del manguito, revisamos cuevas por cuevas y lo sacábamos.


No olvidar las misas de aguinaldos, eran en madrugada y prendían la planta para que el pueblo pudiera tener luz, hacíamos un recorrido por casi todas las casas del pueblo para tomar chocolate, café y comer arepitas dulces.


Nuestros viajes a la manguera, a las orillas del caño para comer madroñas y merey, un regalo de los dioses que habitan en Mantecal.


No por casualidad, recientemente he conversado con personas de mi pueblo y me han expresado el mismo sentimiento de felicidad que sienten al hablar de Mantecal, de los gratos recuerdos que guardan del corto espacio de vida que nos tocó vivir sobre su suelo y bajo su sol.


Soy feliz escribiéndolo y recordándolo ¿que más se puede pedir?

Tener una vida llena de momentos agradables y que da gusto recordar.

Estos recuerdos, en comparación con los llamados de atención, las pelas ocasionales no son nada ante la afortunada y pulcra vida de Mantecal.

Como dicen por ahí “éramos felices, lo sabíamos y lo disfrutamos”. Ocurrió entonces que crecimos y nos despedimos del pueblo para formarnos y atender los siguientes pasos de la vida, pero con el pueblo en la mente.

Estoy seguro en afirmar que en el pueblo se acumula y esparce felicidad, el punto está en cómo afrontarla, vivirla, multiplicarla y disfrutarla.


Parte de mis momentos de alegría, gozo y felicidad fueron vividos en ese pueblo, caluroso, con deficiencias, pero con una gente humilde y humana en su mayoría, una tierra de encanto.

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